Un día lo descubrí no sé si por azar o como fruto de tantos años de meditación. Dios me estaba mirando a través de los ojos de mis perros. No quedaba otra que rendirse a esa mirada que llega desde un más allá ( o mejor un más acá) imposible de descifrar si miras con tus ojos enturbiados por la prepotencia de un humano que se cree superior al resto de los seres vivos.
Dios me estaba mirando a través de los ojos de mis perros, de eso no me cabía ninguna duda. Cuando esa mirada se posa en ti no te ves juzgado ni condenado, simplemente te sientes reconocido. Es lo bueno que tiene dios, que te acepta tal y como eres. Uno se empeña en pulir el alma día tras día y resulta que ese dios de ojos grandes no tiene un juicio que lanzarte con su mirada limpia porque te reconoce como si te mirara desde antes de tu nacimiento.
Dios tiene una mirada así desde el principio de los tiempos, pero la neblina de la nuestra nos impide reconocer el milagro rotundo tras esos ojos de transparencia eterna.
Esa mirada me encendió el corazón con una luz diáfana que te desnuda el alma. No son dos perros los que conviven conmigo desde hace trece años, son dos emisarios de lo divino, dos ángeles de cuatro patas, dos compañeros de camino fieles hasta el sacrificio.
Pero no siempre estoy tan lúcido como para contemplar a este dios menor. A veces me pierdo en mis dudas, en mi tristeza, en mis pensamientos obsesivos y entonces solo veo un par de ojos normales y corrientes...pero este dios menor es generoso y me viene a visitar de vez en cuando para que recupere la vista y la salud del corazón. Sucede a veces. Hoy ha sido un día de esos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario