EXPERIMENTAR
Y LUEGO CREER
Normalmente
en el ámbito religioso (incluyo en él en este caso al ámbito
espiritual también) va delante la creencia y sobre ella se
experimenta. Uno cree en Dios y una vez establecida la creencia
“experimenta” a Dios. Así ha sido siempre en las tres religiones
del Libro. Tanto judíos como cristianos y musulmanes parten de la
creencia en Dios para desarrollar luego esa creencia. Este
procedimiento, muy activo hasta el siglo XX dejó de tener una
vigencia absoluta para dar paso a la duda del racionalismo, el
cientifismo, el ateísmo y el agnosticismo.
El
agnóstico se plantea antes el experimentar que el creer. De hecho
una de las características de la espiritualidad contemporánea es la
individualización de la experiencia espiritual (incluyo la
religiosa). Me surge la pregunta: ¿es posible una espiritualidad
agnóstica? Con ello me refiero a esa premisa anterior del “primero
experimentar para luego creer”.
Porque
la creencia por sí misma, sin sustento que la justifique, ha perdido
vigencia para el hombre contemporáneo. El pensamiento científico
-la nueva religión- con su prestigio social, relega otros tipos de
saberes a la segunda división en la escala de la valoración social,
así que el pensamiento que no se sustenta en pruebas, en hechos
contrastados, no parece interesar mucho.
Sin
embargo la energía del hábito, heredada de siglos de creencia,
posibilita que sigan apareciendo otros dioses en el panorama actual.
Hay todo un panteón: el dios Internet con el resto de la familia. A
saber, Wikipedia, Google, Facebook, Tik Tok, Instagram, Twiter...
dioses que suman datos, que facilitan información desinformada,
abusiva a veces, pero nunca experiencia. Otra vuelta de tuerca para
que la creencia vaya por delante de la experiencia. Ya Nietzche decía
que el trono vacío de Dios lo habían ocupado muy rápidamente
otros; dígase el partido político, el equipo de fútbol, que me
garantizan un cielo de otro signo, la seguridad del rebaño. O sea,
una nueva alienación.
Este
“no vivir”, “no experimentar” sino sumar datos que no te
atraviesan sino que te llenan la cabeza de ruido y confusión es un
nuevo desafío al que se enfrenta la espiritualidad. Porque la
experiencia te atraviesa, y es la madre de la transformación. Cuando
digo experiencia no me refiero al cúmulo de sensaciones exteriores
que con ansia busco para rellenar un vacío sino al sencillo acto de
vivir e ir incorporando lo vivido a la experiencia personal.
Me
gusta Santo Tomás, el patrón para mí de los agnósticos. Hasta que
no mete el dedo en la llaga del costado de Jesús de Nazaret no cree
estar ante él. Se rebela ante la creencia generalizada de que Jesús
ha resucitado y hasta que no lo contrasta con sus propios dedos,
hasta que no lo experimenta, no cree.
Según
Wittgenstein, el lenguaje religioso carece de referente en la
realidad. Es decir, decimos “piedra” y podemos ver piedras en la
realidad. Decimos “amor” y, aun siendo más complicado por ser un
sustantivo abstracto, sí que podemos apreciar actos de amor y
sentirlo nosotros mismos. Pero el lenguaje religioso habla de una
realidad que no está por ninguna parte, no está a nuestro alcance.
No podemos encontrar el referente de Dios. Como palabra sin
referente, es un lenguaje vacío de realidad. Por tanto, se concluye
que el único acercamiento posible a la espiritualidad que no excluya
la realidad es la experiencia. Experimentar es experimentar sobre la
realidad, donde hay un referente que puede ser contrastado, que nos
“atraviesa”. Indagar sobre el misterio de esa realidad
interior/exterior (en otra ocasión veremos cómo de ilusoria es esa
dicotomía) es el camino de la nueva espiritualidad. No hay que
perder las esperanzas, lo que hace falta es que el agnóstico se de
cuenta de que cuando abandonó la creencia arrojó el agua sucia con
el niño dentro y que puede aún rescatarlo del suelo.
12
agosto 2022
Gregorio
Hidalgo