En la foto no se observa, pero en el cable había más de cincuenta pares de alas cansadas, cumplida su labor diaria de alimentar a los polluelos que en el inicio del otoño retornarán a África.
Al llegar con mis perros hasta su altura por el camino de la huerta me echan una ojeada sin inmutarse y en un instante regresan a la contemplación del atardecer o al aseo de sus plumas.
Me siento acompañado por esta sangha de vencejos en mi paseo diario y su silencio me motiva para contemplar yo también la soledad de aquel baldío que aguarda reseco la llegada de las primeras lluvias de otoño.
En la foto no se observa, pero siento que hay un hilo que me une al corazón de estos pajarillos y que su vuelo y su quietud silenciosa tienen mucho que decir en el ajetreo incesante del mundo que hemos construido.
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