martes, 16 de septiembre de 2025

EL ARTE DE VIVIR

   



  " En Louisville, en la esquina de la Cuarta Avenida y Walnut, en medio del barrio comercial, de repente me abrumó darme cuenta de que amaba a toda esa gente, de que todos eran míos y yo de ellos, de que no podíamos ser extraños unos a otros aunque nos desconociéramos por completo. Fue como despertar de un sueño de separación, de falso aislamiento en un mundo especial, el mundo de la renuncia y la supuesta santidad.... Esta sensación de liberación de una ilusoria sensación de diferencia fue un alivio y una alegría tal, que casi me eché a reír en voz alta. Y supongo que mi felicidad podría haber tomado forma en estas palabras: “Gracias a Dios, gracias a Dios que soy como otros hombres, que soy sólo un hombre entre otros”... Tengo el inmenso gozo de ser hombre, miembro de la raza en que se encarnó el mismo Dios. ¡Como si las tristezas y estupideces de la condición humana me pudieran abrumar ahora que me doy cuenta de lo que somos todos! ¡Y si por lo menos todos se dieran cuenta de ello! Pero eso no se puede explicar. No hay modo de decir a la gente que anda por ahí resplandeciendo como el sol... 

    Entonces fue como si, de repente, viera la secreta belleza de sus corazones, las profundidades de sus corazones donde no puede llegar ni el pecado ni el deseo ni el conocimiento de sí mismo. El núcleo de su realidad, la persona que es cada cual a los ojos de Dios. ¡Si por lo menos todos ellos se pudieran ver como son realmente! ¡Si por lo menos nos viéramos unos a otros así todo el tiempo! No habría más guerra, ni más odio, ni más crueldad, ni más codicia... Supongo que el gran problema sería que se postraran a adorarse unos a otros. Pero eso no se puede ver; sino sólo creer y comprender por un don peculiar.

     En el centro de nuestro ser hay un punto de nada que no está tocado por el pecado ni por la ilusión, un punto de pura verdad, un punto o chispa que pertenece enteramente a Dios, que nunca está a nuestra disposición, desde el cual Dios dispone de nuestras vidas, y que es inaccesible a las fantasías de nuestra mente y a las brutalidades de nuestra voluntad. Ese puntito de nada y de absoluta pobreza es la pura gloria de Dios en nosotros. Es, por así decirlo, su nombre escrito en nosotros, como nuestra pobreza, como nuestra indigencia, como nuestra dependencia, como nuestra filiabilidad. Es como un diamante puro, brillando con la invisible luz del cielo. Está en todos, y si pudiéramos verla, veríamos esos billones de puntos de luz reuniéndose en el aspecto y fulgor de un sonido que desvanecería por completo toda la tiniebla y la crueldad de la vida... No tengo programa para esa visión. Se da, solamente. Pero la puerta del cielo está en todas partes”.

                                                                                                            Thomas Merton


    Thomas Merton era amigo personal de Thich Nhat Hanh, el maestro zen vietnamita fundador de Plum Village que fue también amigo de Martin Luther King. Se conocieron cuando Thich Nhat Hanh viajó a USA invitado por cristianos comprometidos con la paz para pedir el fin de la guerra de Vietnam. Thich Nhat Hanh es mi maestro espiritual. Es y ha sido el faro que me ha permitido transitar por el mundo y reconciliarme conmigo, con mi tradición cristiana y con quienes me hicieron sufrir en el pasado.

    De lo que habla Thomas Merton  se conoce en el budismo como samadhi. Es la iluminación, es la comprensión no racional  de la auténtica naturaleza de la realidad, que no conoce separación. En esa miopía de la separación estamos la inmensa mayoría de los seres humanos. Algunas veces puede uno atisbar y experimentar la falacia de tal separación, pero no suele ser una experiencia frecuente. Atisbar la gracia de esa unidad nos conmueve y llena de una felicidad y alegría inenarrables.

    En los místicos se da un sufrimiento, sin embargo, que proviene de la comprensión de que el ser humano normal y corriente vive en estado de carencia de esa realidad última. El místico se compadece porque es consciente del velo que aún cubre la mirada humana, velo que oculta la luz al resto de los humanos. Estos se desconocen, por eso andan sin faro ni brújula como los trompos que bailábamos de niños pero que han perdido la púa del centro y dan vueltas de acá para allá sin sentido como mendigos de algo que les falta y no encuentran.




No hay comentarios:

Publicar un comentario