sábado, 31 de mayo de 2025

LOS CONEJILLOS DE INDIAS

   




 Un sábado por la noche en este invierno del 2025 estaba paseando a mis perrillos cerca del monumento a las recoveras acá en el Viso y en el paso de peatones cedí la iniciativa a un grupo de chicas maduritas que iban sin compañía masculina. Frisarían la cincuentena. No me había alejado ni cien metros cuando sentí una voz a mis espaldas que me llamaba por mi nombre. De lejos se presentaron: "somos tus alumnas de Arahal". Siento una oleada interna de calor y que el corazón sin mi permiso se me abre de repente, así como también los brazos. Vuelven los recuerdos de mis primeros años de profe, vuelven esas caras adolescentes, vuelvo a los treinta años de sopetón y sin paracaídas. Corren hacia mi como las gacelillas que fueron y las quiero abarcar a todas para meterlas en ese corazón abierto. Risas, alegría del reencuentro. Me cuentan rápidamente (llegaban ya tarde a una cita) algo sobre sus vidas y allí las dejo irse y me siento náufrago en esa acera y dispuesto a verlas en el cincuenta aniversario de la creación del Instituto Al Andalus, durante la cena que se celebrará allí en el parque de San Antonio a finales de mayo.

    Ayer fue esa cena. No estaban todas pero sí alguna que otra con las que pude charlar un poquillo. Al entrar busqué a Manolo entre el gentío. Manolo es como mi hermano. Estuvimos juntos en el colegio desde parvulitos hasta el COU y luego hemos coincidido en Arahal al principio de nuestras carreras docentes y al final cuando ambos nos jubilamos en el San Isidoro de Sevilla. Estaba rodeado de varias exalumnas y pensé que también habría alguna entre ellas a la que yo le habría dado clase pero me equivoqué, justo acabaron en el verano del 90 y yo llegué en otoño con el nuevo curso. No obstante, la comunicación fluyó con rapidez y al poco rato me adoptaron ya como su profe y yo a ellas como mis alumnas. Siempre he dicho que mi alumnado de Arahal y de Paradas (antes ambos pueblos compartían instituto) destacaba por su nobleza de corazón.

    De vez en cuando me escapaba un ratito para saludar a un antiguo compañero o para infiltrarme entre el gentío y picar el anzuelo de todo reclamo hacia mi persona, pues tras treinta años es prácticamente imposible reconocer a alguien a no ser que hayas mantenido un cierto contacto a través de los años. Ellos debían lanzar el anzuelo que yo picaría gustoso. Encontrarse con jefes de estudio, gestores culturales, bibliotecarias, agentes de turismo, doctoras, maestras y maestros, diseñadores gráficos, músicos y un largo etcétera que os ahorro me hacen sentir que en su momento puse ese granito de arena para que dicha realidad pudiera darse. Me resarcía ese orgullo sano de otro sentimiento menos agradable que me acompaña cuando recuerdo mis primeros años como docente. Les confesaba a varios que había sido rígido y estricto en muchas ocasiones pero que entendía con los años que esa autoridad mal entendida no era otra cosa que producto del miedo y de la inseguridad del novato. Nadie entonces nos enseñó a enseñar, aprendimos sobre la marcha y los primeros alumnos fueron a la vez nuestros primeros maestros en el arte de la pedagogía. Les di las gracias por haber sido conejillos de indias y por su generosidad hacia nosotros. Soy maestro, soy profesor gracias a mis alumnos de mis primeros años de docencia; primero Sanlúcar de Barrameda, luego Martínez Montañés e Instituto Nervión (los años previos a mi primer destino como funcionario) y más tarde revalidé el título en la cátedra de pedagogía de Arahal con un doctorado de cinco años. ¿Cómo no estarles reconocidos y agradecidos?  Ahora, treinta y tantos años después, cada uno de ellos y uno por uno me absuelven de mis desvaríos. 

Llevo Arahal en mi corazón...y ahora aún estoy más cerca. Veo cada mañana su pueblo en la lejanía cuando abro la puerta de mi sala de meditación en mi casa de El Viso y subo a la azotea bien temprano y clavo la mirada en aquellos puntitos blancos al final del mar de la vega de Carmona y allí los veo a cada uno de ellos en su historia. El corazón se me vuelve a abrir de repente y les deseo que la vida los trate con cariño y que siempre mantengan el corazón abierto, que es la única forma de estar vivo que conozco.

Goyo Hidalgo, 31 de mayo 2025



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