miércoles, 7 de agosto de 2024

HUERTA DEL CURA


    No reclamo nada. Guardo mi rutina cada día como celoso guardián de un tesoro y me levanto para hacer meditación y ordenar mi mente. Luego el cuerpo se deja llevar por las asanas y más tarde engancho mis perros que me aguardan con paciencia para salir airosos de un nuevo paseo por el peripatético campo de la Huerta del Cura, desangelada y triste, llena de abrojos, cenizos y pequeñas campanillas blancas en la canícula de El Viso. Todo está en barbecho.

Lejos de despreciar a tan humildes hierbas me dejo asombrar por su valor, su resistencia al sol en este secarral de verano y me emociono al contemplar que la vida se abre paso no sólo en el edén de los jardines perfumados sino también en esta huerta circunvalada por un camino lleno de matas secas, escombros, latas vacías y plásticos brillantes. 

Rodeadas de podredumbre, la verdolaga, la campanilla relucen airosas con su tímida belleza.

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