lunes, 19 de agosto de 2024

CABREROS CABALLEROS


     Venía por la acera con un recogedor de hojalata en una mano porque su perro había roído el de plástico. Es lo que tienen los perros; hoy un recogedor, mañana una escoba o una cuerda deshilachada  y el otro una maceta pelada a dentelladas...

El Pirata y El Canijo a la altura del número 20 de la calle Doné (O´Donnell para los foráneos) se dan la mano con la educación ruda y sincera de una amistad de cabreros jubilados que frisan ya los ochenta. Uno lleva sombrero y bastón y el otro el susodicho recogedor del color de la plata  tan rústico como la mano que lo empuña. 

    Si me pierdo esto es para que me zurzan. Engancho  mis perros en una de las volutas de la cerrajería de mi ventana y les dejo hablar, mudo testigo yo de una lección de etnografía andaluza donde repasarán la vida y milagros de antiguos convecinos; unos aún vivos, otros medio muertos ya. Por sus labios desfilan Ramón el Nica y la brava de su mujer, así como el sevillano que con una pata coja (sic) y una motillo desplegó su arquitectura de eucaliptus (aquí llamados carlitos) para montar una tasquilla en medio de un páramo, origen de lo que sería hoy día una venta afamada cerca de Torrepalma: un sevillano trabajador y simpático que con dicha pata coja se las arregló para salir adelante con aquel tugurio. Hablan de la adicción al juego de alguno de aquellos que hoy ya están a las puertas de la muerte y de cómo alguien  se gastó el dinero de la venta de un solar en un solo día invitando a las putas de un burdel de Alcalá de Guadaira. 

    Cuando eran más jóvenes pasaban las noches de verano al raso en la vega de Carmona con los rebaños para no tener que volver al pueblo. Ríen mostrando sus escasos dientes mientras recuerdan el día aquel en que El Canijo se ató el macho cabrío a un pie para  que no escapara mientras dormían y se llevara tras sí  todas las cabras. En mitad de la madrugada el macho se lió a andar arrastrando del pie al Canijo por medio de los zarzales quien en su pánico despertaba a voces al resto de cabrerillos quienes pensarían seguramente que algún ladronzuelo había intentado robarles los chivos. Todo hay que decirlo; el animal pesaba el doble que el Canijo que siempre fue bajito y escuchimizado.

    Se despiden como se encontraron, dándose la mano sin efusiones, reprimiendo quizá un cariño mutuo que la educación de su juventud les impedía mostrar abiertamente.

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