viernes, 29 de agosto de 2014

la reina Ginebra

La que corre vestida de tal guisa es Ginebra. Me acabo de enterar hoy de que se le ha vuelto a activar la leishmania. Ha dado los índices más altos en los análisis y lo que hay que esperar es que no haya afectado profundamente a ningún órgano vital. La noticia me ha producido mucha tristeza y dolor. Ginebra llegó a la vida de Nati en el mismo día que llegó Cocó a la mía, aunque yo no fuera consciente hasta un año después en que decidí adoptarla. Natí sacó a Cocó junto con Ginebra de la perrera con tan solo dos meses, Ginebra tendría unos tres o cuatro. Era verano. Tenía muchas posibilidades de no sobrevivir entre tanto perro enfermo como suele haber en la perrera municipal. La sacó para tenerla en acogida mientras se le buscaba un hogar. Al final se quedó con nosotros, y después conmigo. Hoy es una inseparable de mis hijos, quienes la adoran y la miman como si fuera la hermana chica.
Pero hoy no voy a hablar de Cocó, sino de Ginebra. 
Desde el momento que llegó a casa de Nati se hizo su hueco. Ella, sin conocerme de nada, se acercó a mi , pegó su carita en mi pierna y se dejó acariciar como si me conociera de toda la vida. Muy tranquila, muy afable, con paso suave, como deben andar los ángeles cuando caminan sobre la tierra. Estaba enferma y se le notaba. Pero esa delicadeza suya no debía confundirse con la debilidad propia de la enfermedad. Cuando se le sometió a tratamiento al principio no mejoró y hubo que suspender el tratamiento por el daño que le hacía al riñón; orinaba sangre. Dimos con un tratamiento que consistía en una especie de autovacuna, algo nuevo en el mercado. Parece que esta vez la cosa sí funcionó. Llevaba un año y pico en magníficas condiciones. Eso sí, como buena galga, todo el día tirada en el sofá. La pachorra personificada. Y poniéndote la cabecita para que la acariciaras. Se podría confundir con timidez, pero esa no era la característica de nuestra Ginebra. Era tranquila y transmitía serenidad.
Ahora que está enferma y no sé si lo superará -dicen que la enfermedad tiene un repunte positivo que se puede confundir con la curación y que a la larga no suelen durar más de cuatro años desde que la contraen- siento como si estuviera enfermo un miembro de mi familia. Mis sentimientos de compasión y amor no distinguen entre lo humano y lo no humano. El amor es universal y no entiende de razas ni especies. Eso no lo hemos aprendido aún. Nos queda mucho prejuicio y mucha soberbia encima para admitir que se puede querer a un animal tanto como a una persona, pero los sentimientos están ahí para demostrarlo.
Si me preguntan hace apenas cuatro años no hubiera dicho lo que acabo de decir. Ellos me han convertido en un creyente. Un creyente en la igualdad animal.
Si Ginebra no prospera, si al final el desenlace es la muerte, lo sentiré y lloraré como si fuera una gran amiga la que he perdido. Esto es así. Ni quiero ni debo racionalizarlo, porque ya se sabe, hay razones del corazón que la razón no entiende.

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