sábado, 16 de agosto de 2025

CANÍCULA

    



 Tan atroz como Calígula, tan destructora como el caballo de Atila, cuando ella aparece a mediados de julio en el Mediodía de España (y cada vez más extendida a la zona septentrional de la península) el mundo se para y la tierra arde -literal y simbólicamente- como si el infierno se hubiera desatado en la Tierra. Mañana esperamos 44 grados de máxima en Sevilla dentro de una larga ola de calor imposible de combatir si no es bajo el pertrecho del búcaro y la siesta

    Hasta aquí el tópico...pero ¿es posible cualquier actividad mínimamente lúcida cuando el calor nocturno tampoco baja de los veintimuchos grados? (Ahora le llaman noches tropicales, pero sin  piña colada ni la hamaca entre palmeras y con chicharras y mosquitos).

    Hartito de no dormir a pierna suelta, cansado de tanto sol y tantas horas de luz cegadora trato de meditar cada día en mi sala de meditación a las ocho de la mañana y la misión titánica se vuelve una tortura. Me resulta casi imposible mantener la atención, la concentración casi brilla por su ausencia, las gotas de sudor, ya tan temprano, me bajan de la nuca a la espalda. Con la espada de la determinación, cual guerrero pacífico, no cejo en mi empresa...pero bien acabo dormitando, bien  dándole vueltas a los más peregrinos pensamientos.

    Quien no ha vivido este clima no podrá entenderlo. Mi amigo Vidal, que siempre tiene una frase certera y sentenciosa como castellano viejo que es, me lo deja bien claro: "En estos momentos ya es suficiente con sobrevivir...luego volveremos a vivir cuando se pase  agosto" pero el desgaste es dramático y el paisaje tras la batalla es un erial de buenas intenciones no cumplidas.

    Me vuelvo, pues, al búcaro y a la siesta, que es lo que toca y salvaremos todas las buenas intenciones que podamos esperando la llegada del otoño. Esta es mi Sevilla en verano.   




lunes, 4 de agosto de 2025

CÁNDIDA EDAD PRIMERA

    


    "Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos": así reza en el credo católico que muy pronto hube de memorizar para poder recibir la primera Comunión. Como quiera que esta se recibía a los siete u ocho años y la pedagogía de la catequesis  era tan arcaica y obsoleta como la de la escuela de entonces, la tarea consistía en aprenderse uno el catecismo del padre Ripalda de memoria y en rezar las oraciones principales de nuestra tradición, incluido el Credo, antes de poder vestirse de marinerito y recibir la sagrada comunión (en mi caso fue de fraile porque heredé el traje de un primo de Burgos, donde siempre han sido muchísimo más serios y ortodoxos en esto de la Fe). Yo me preguntaba que quién sería aquella Gloria (con mayúscula) tan importante que el propio Dios se traía del más allá para juzgarnos por nuestros actos. Poderosa mujer aquella Gloria, sin duda. 

    Acá otro caso: en el catecismo (colección de preguntas y respuestas compendio de la fe católica) que aprendíamos también por transmisión y machacona repetición oral, rezaba que "Dios creó todas las cosas de la nada". Como quiera que una criaturita de apenas siete años no tiene desarrollado el pensamiento abstracto y para mi la nada no era nada, formé de manera natural una solución que se adaptara a mi capacidad comprensiva del momento: "Dios creó todas las cosas de Granada". Ya se podrán imaginar ustedes las ganas que tenía yo de visitar Granada si Dios había elegido tan hermosa ciudad para crear el resto del Universo entero.


 

domingo, 3 de agosto de 2025

EL CABLE EMPLUMADO





    En la foto no se observa, pero todos están mirando al poniente, con el sol a punto de decir adiós un día más en esta canícula veraniega. Cada atardecer aguardan en el cable antes de ir a dormir quién sabe en qué nido. Es el descanso tras el vuelo incesante, es la contemplación silenciosa previa a la desbandada general, cuando todos inicien el vuelo unánime tras no se sabe qué indicación misteriosa. 
    En la foto no se observa, pero en el cable había más de cincuenta pares de alas cansadas, cumplida su labor diaria de alimentar a los polluelos que en el inicio del otoño retornarán a África.
    Al llegar con mis perros hasta su altura por el camino de la huerta   me echan una ojeada sin inmutarse y en un instante regresan a la contemplación del atardecer o al aseo de sus plumas. 
    Me siento acompañado por esta sangha de vencejos en mi paseo diario y su silencio me motiva para contemplar yo también la soledad de aquel baldío que aguarda reseco la llegada de las primeras lluvias de otoño.
    En la foto no se observa, pero siento que hay un hilo que me une al corazón de estos pajarillos y que su vuelo y su quietud silenciosa tienen mucho que decir en el ajetreo incesante del mundo que hemos construido.