viernes, 12 de agosto de 2022

EXPERIMENTAR Y LUEGO CREER

 


EXPERIMENTAR Y LUEGO CREER


Normalmente en el ámbito religioso (incluyo en él en este caso al ámbito espiritual también) va delante la creencia y sobre ella se experimenta. Uno cree en Dios y una vez establecida la creencia “experimenta” a Dios. Así ha sido siempre en las tres religiones del Libro. Tanto judíos como cristianos y musulmanes parten de la creencia en Dios para desarrollar luego esa creencia. Este procedimiento, muy activo hasta el siglo XX dejó de tener una vigencia absoluta para dar paso a la duda del racionalismo, el cientifismo, el ateísmo y el agnosticismo.

El agnóstico se plantea antes el experimentar que el creer. De hecho una de las características de la espiritualidad contemporánea es la individualización de la experiencia espiritual (incluyo la religiosa). Me surge la pregunta: ¿es posible una espiritualidad agnóstica? Con ello me refiero a esa premisa anterior del “primero experimentar para luego creer”.

Porque la creencia por sí misma, sin sustento que la justifique, ha perdido vigencia para el hombre contemporáneo. El pensamiento científico -la nueva religión- con su prestigio social, relega otros tipos de saberes a la segunda división en la escala de la valoración social, así que el pensamiento que no se sustenta en pruebas, en hechos contrastados, no parece interesar mucho.

Sin embargo la energía del hábito, heredada de siglos de creencia, posibilita que sigan apareciendo otros dioses en el panorama actual. Hay todo un panteón: el dios Internet con el resto de la familia. A saber, Wikipedia, Google, Facebook, Tik Tok, Instagram, Twiter... dioses que suman datos, que facilitan información desinformada, abusiva a veces, pero nunca experiencia. Otra vuelta de tuerca para que la creencia vaya por delante de la experiencia. Ya Nietzche decía que el trono vacío de Dios lo habían ocupado muy rápidamente otros; dígase el partido político, el equipo de fútbol, que me garantizan un cielo de otro signo, la seguridad del rebaño. O sea, una nueva alienación.

Este “no vivir”, “no experimentar” sino sumar datos que no te atraviesan sino que te llenan la cabeza de ruido y confusión es un nuevo desafío al que se enfrenta la espiritualidad. Porque la experiencia te atraviesa, y es la madre de la transformación. Cuando digo experiencia no me refiero al cúmulo de sensaciones exteriores que con ansia busco para rellenar un vacío sino al sencillo acto de vivir e ir incorporando lo vivido a la experiencia personal.

Me gusta Santo Tomás, el patrón para mí de los agnósticos. Hasta que no mete el dedo en la llaga del costado de Jesús de Nazaret no cree estar ante él. Se rebela ante la creencia generalizada de que Jesús ha resucitado y hasta que no lo contrasta con sus propios dedos, hasta que no lo experimenta, no cree.

Según Wittgenstein, el lenguaje religioso carece de referente en la realidad. Es decir, decimos “piedra” y podemos ver piedras en la realidad. Decimos “amor” y, aun siendo más complicado por ser un sustantivo abstracto, sí que podemos apreciar actos de amor y sentirlo nosotros mismos. Pero el lenguaje religioso habla de una realidad que no está por ninguna parte, no está a nuestro alcance. No podemos encontrar el referente de Dios. Como palabra sin referente, es un lenguaje vacío de realidad. Por tanto, se concluye que el único acercamiento posible a la espiritualidad que no excluya la realidad es la experiencia. Experimentar es experimentar sobre la realidad, donde hay un referente que puede ser contrastado, que nos “atraviesa”. Indagar sobre el misterio de esa realidad interior/exterior (en otra ocasión veremos cómo de ilusoria es esa dicotomía) es el camino de la nueva espiritualidad. No hay que perder las esperanzas, lo que hace falta es que el agnóstico se de cuenta de que cuando abandonó la creencia arrojó el agua sucia con el niño dentro y que puede aún rescatarlo del suelo.


12 agosto 2022


Gregorio Hidalgo

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