viernes, 25 de abril de 2014

LOS GUARDIANES AMOROSOS

Si me busco el corazón no lo encuentro. O más bien lo encuentro lleno del amor de mis perros. Conviven conmigo desde hace un año y ya han aprendido que yo me muero por darles una palmada cariñosa. Saben dar los buenos días mejor incluso que mis hijos y cuando llega la noche, me he metido en la cama y apago la luz, la pequeña Coco se levanta de su almohadón a oscuras, llega hasta la cabecera de mi cama y apoya su cabeza rubia contra la palma de mi mano que he dejado a propósito fuera del colchón. Después de unas caricias de buenas noches se va de nuevo a su cobijo y allí descansan ambos, el galgo Niko y la mestiza Coco hasta que llega el alba. 
Se me han vuelto imprescindibles. Confieso que no sé andar las calles sin ellos. Ni los parques.
El secreto está en no sentirse superior, en llegarse a ellos con una clara intención de no servirse del cliché que a unos pone como dueños y superiores y a otros como seres inferiores y guiados únicamente por el puro instinto. Llevamos tantos milenios creyéndonos el ombligo de la "Creación" y hemos hecho un dios tan a nuestra imagen y semejanza que es casi imposible no dejarse embaucar por esta idea de la supremacía del bípedo sobre el cuadrúpedo. 
Pasamos por alto su alta capacidad olfativa, su adaptación magnífica a un medio en el que nosotros seríamos incapaces de sobrevivir más de unos pocos días. No valoramos su merecida y genuina inteligencia, simplemente los consideramos inferiores y por tanto nuestro derecho a someterlos como esclavos y a relegarlos a un papel ínfimo.
Pero luego están ellos para desmentir con los hechos esos prejuicios antropocéntricos tan arraigados. No somos iguales, somos diferentes... y en su terreno, no hay quien los gane. Están altamente especializados y sobre todo saben querer como nadie. Son agradecidos, piden muy poco, dan más de lo que sería de justicia y cuando uno está enfermo  -he pasado últimamente un par de días en la cama- no se han separado de mi para nada, sólo para comer, beber y salir con mi hija a sus paseos diarios.
Por eso me duele tanto la ingratitud humana, por eso me duele tanto la soberbia humana, su prepotencia. Somos el más desagradecido y el más desamparado de los seres vivos, pero caminamos justamente en la dirección equivocada, la que nos halaga el oído con mentiras supremacistas y nos aparta de nuestra auténtica humanidad.
Ojalá a ti te salve también el amor de un perro y te guarde de tu propia soberbia destructiva.



1 comentario:

  1. Creo que ese concepto tan new age y del que tanto se abusa, el amor incondicional, alcanza su grado más perfecto en los perros. En mi blog "Mi alma canina" (ya te dice por donde van mis tiros) tengo una entrada sobre los perros de la India que te puede gustar. Un abrazo.

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